Generalmente al llegar al aeropuerto de destino adonde el Señor me lleva, siempre hay alguien esperándome para llevarme al lugar de hospedaje, pero a veces salgo de aduanas y me quedo parada en la puerta de salida, porque no veo ningún rostro conocido ni letrero que tenga mi nombre. Esto último fue lo que sucedió en esta ocasión al llegar a Arequipa. El vuelo había tenido 45 minutos de retraso y el pastor responsable de recogernos (viajaba con una amada hermana de Lima, quien distribuye las Guías del Programa en el Perú) se confundió con la hora.
Decidimos entonces, tomar un taxi para llegar a nuestro lugar de hospedaje. Vamos conversando en el camino, disfrutando de los hermosos paisajes de montañas con cimas cubiertas de nieve, cuando noto el cartel de identificación del chofer, con su nombre, Joaquín. Le pregunto que si ese es su nombre (pues la foto no se parecía mucho a la realidad) y me responde que sí, que su nombre es bíblico, que es el nombre del padre de la Virgen María. Mi corazón se llena de gozo, ¡Oportunidad para presentar el Evangelio! Le pregunto en cuál de los libros de la Biblia está eso escrito y con mucha seguridad me responde que tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Continuamos conversando, yo haciendo preguntas, y aprendo que Joaquín dice que es católico, como la gran mayoría de los latinoamericanos, pero con una mezcla de orientalismo y taoísmo. Porque Joaquín no ha conocido la Verdad, su corazón está insatisfecho, y aunque tiene sed, no ha llegado al manantial de agua que salta para vida eterna. Llegamos a nuestro destino y me despido de él haciéndole saber que la Verdad solo se encuentra en Cristo, como nos enseñan Sus Palabras en Juan 14:6. Al acostarme esa noche, di gracias a Dios por la oportunidad de compartir Su Palabra y oré por Joaquín.
Cristina Incháustegui