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La evangelización bajo la dirección del Espíritu

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Este domingo, el pastor Miguel Núñez continuó con la serie “Hasta los confines de la tierra”, predicando el sermón “La evangelización bajo la dirección del Espíritu” basado en Hechos 8: 26-40. Este texto nos habla de Felipe, todavía en su tarea de evangelización, pero en esta ocasión ya no evangelizando a multitudes, sino evangelizando a una sola persona. Aquí vemos varios actores principales: Felipe, un eunuco, y Dios. De los tres, es obvio que Dios es el protagonista, no solo porque es Dios, sino porque Él es quien está dirigiendo el drama.

En el versículo 26, un ángel del Señor le habla a Felipe, ordenándole: “levántate y ve hacia el Sur, el camino que desciende de Jerusalén a Gaza.” En este camino desierto, Felipe se encontró con un eunuco etíope. Notemos como Felipe es continuamente dirigido por Dios y como no hay resistencia de parte de Felipe ni cuestionamiento e incredulidad. Él pudo haber objetado a irse porque estaba en medio de un avivamiento en Samaria del cual era la figura principal. Sin embargo, Dios lo saca de ahí para que le dedicara tiempo especial a un solo hombre que iba camino a Etiopía. Este eunuco era un alto oficial de la reina de los etíopes porque él estaba encargado de todos los tesoros de la Reina. De varias maneras, vemos a Dios dirigiendo todo: Él movió a este oficial de la Reina a ir a Jerusalén y regresar justamente durante el avivamiento en Samaria. También envió a un ángel del Señor a hablarle a Felipe y darle instrucciones de levantarse para encontrarse con este hombre.

El versículo 28 nos dice que el etíope venía leyendo una porción del profeta Isaías lo cual es significante porque, en ese tiempo, solamente personas de mucho dinero podían adquirir un rollo. El próximo versículo (29) vemos que el Espíritu dirige a Felipe a percatarse de lo que el eunuco estaba leyendo. Evangelista al fin, Felipe le pregunta si entiende lo que lee. El eunuco responde diciendo, “¿cómo podré, a menos que alguien me guíe?”, invitando a Felipe a que se sentara con él. El eunuco no entendía lo que estaba leyendo porque el hombre que no conoce a Cristo no entiende las Escrituras. Él está muerto espiritualmente y su mente está en oscuridad. La Biblia claramente nos dices que el incrédulo es incapaz de responder a la verdad del evangelio (1 Corintios 2:14).

El pasaje de Isaías que estaba leyendo era Isaías 53 que habla del sacrificio de Cristo. El eunuco no sabía a quién se refería el pasaje a lo cual Felipe le responde anunciándole el evangelio (v.35). Con toda probabilidad, Felipe le compartió el texto completo de Isaías 52 y 53 que hace referencia al sacrificio de Cristo. Este texto habla del rechazo de Jesús por parte del pueblo judío y del tremendo dolor y aflicción por el cual Él atravesó. En los versículos 36-38 vemos que el eunuco después entendió el pasaje de Isaías y recibió convicción de pecado. Romanos 10: 17 dice, “la fe viene por el oír y el oír por la palabra De Dios,” pero si el Espíritu de Dios no toma esa palabra y la aplica al corazón y a la mente del incrédulo, es imposible creer. La Palabra por sí sola no es lo que produce la fe; es el Espíritu que da vida, entendimiento y fe por medio de la Palabra. La efectividad en el evangelismo, no depende de nuestras habilidades, sino del trabajo del Espíritu. Si el Espíritu no aplica lo dicho al corazón del otro, no habrá frutos (Zac 4:6). 

Entendido el texto, convicto de pecado, el eunuco pone su fe en Cristo e inmediatamente expresó su deseo obedecer y ser bautizado, algo que la Palabra presenta como una obligación si creyó con todo su corazón y se arrepintió de sus pecados. Cuando Pedro predica su segundo sermón apostólico, él le dice a la multitud “arrepentíos y convertíos para que tiempos de refrigerio puedan venir a vosotros.” Consiguientemente, ambos descendieron al agua y Felipe bautiza al eunuco.

En los versículos 39 a 40 se puede notar como el Espíritu de Dios sigue Su tarea dirigiendo la evangelización del mundo. El Espíritu de Dios se llevó a Felipe de manera sobrenatural a otra ciudad de nombre Azoto. El texto explica que por donde quiera que Felipe pasaba, anunciaba el evangelio en todas las ciudades hasta que llegó a Cesárea. La realidad es que Felipe solamente estaba haciendo aquello para lo cual Dios nos salvó: ser testigos de Él. El espíritu de Dios vino para dar testimonio de Jesús y para empoderarnos a ser exactamente la misma cosa (Juan 15:26-27).