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Recuérdale a tu alma Sus misericordias

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Este domingo, Reynaldo Logroño predicó el sermón “Recuérdale a tu alma Sus misericordias” basado en Lamentaciones 3:18-26.

En la Biblia, Lamentaciones se encuentra justamente después del libro de Jeremías y la gran mayoría de los estudiosos de las escrituras coinciden que es este profeta el autor del libro. De hecho, en muchas versiones de la Biblia aparece el libro con el nombre “Las Lamentaciones de Jeremías”.

En el libro de Jeremías se recogen 40 años del ministerio del profeta en los que se dedicó a reprender al pueblo de Judá por su desobediencia e idolatría, y a advertirles las consecuencias que vendrían sobre ellos. En el libro de Lamentaciones, Jeremías recoge su experiencia como testigo ocular de los horrores de la destrucción de Jerusalén por el imperio babilónico. Cuando Nabucodonosor, rey de Babilonia, tomo la ciudad de Jerusalén en el año 586 antes de Cristo, el pueblo de Israel estuvo rodeado por mas de dos años por una muralla humana de babilonios que no les permitía salir ni entrar a la ciudad; no podían cosechar ni comprar alimentos, no podían comprar aceite para sus lámparas, ni medicamentos, etc.. Entonces, después de estos dos años, cuando ya el pueblo estaba muriendo de hambre, las tropas entraron a la ciudad y la destruyeron por completo.

Jeremías fue testigo de cómo los babilonios destruyeron y le quitaron todo. Es en medio de ese escenario que Jeremías escribe sus Lamentaciones.

Los primeros 17 versículos del capítulo 3 están compuestos de un listado de lamentos del profeta por el trato de Dios a Su pueblo. Él se queja de que,

  1. Dios está enojado (v.1)
  2. el pueblo está en la oscuridad (v.2)
  3. Dios se presenta contra él como un enemigo (v.3)
  4. la nación judía podría ser comparada con un hombre destruido físicamente (v.4)
  5. están rodeados y sin ninguna vía de escape (v.5-7)
  6. Dios se hace el sordo a sus oraciones (v.8)
  7. sus mismos vecinos se ríen de sus aflicciones (v.14)
  8. ya no tiene esperanza de vivir en paz y felicidad (v.17)

En los versículos 18-20, Jeremías concluye que su estado de desaliento, frustración y angustia es provocado por el constante pensamiento de lamento por todo lo sufrido y todo lo perdido. De repente, en el próximo versículo, cae en cuenta que él debe “renovar su mente” y enfocar su pensamiento en lo que es verdadero. Jeremías recordó que él mismo comenzó su queja reconociendo que Dios los castigó con su vara; que la condición actual es consecuencia del pecado de Su pueblo rebelde. Él recordó que Dios es su Padre y que ellos son Su pueblo y que “el Señor corrige a quién ama”. Él recordó cómo es el carácter de Su Dios y el pacto que Él hizo con sus antepasados. Jeremías recordó que el pacto de Dios implicaba que Él permanecería fiel aunque su pueblo fuera infiel.

Entonces, cuando él entiende, su lamento cambió porque ahora él estaba enfocado en el consuelo que viene de lo alto. ¡Su sufrimiento no desapareció pero él entendió que su Dios es mucho más grande que su sufrimiento! Él entendió que tenía recordarse constantemente: “Debo confiar y esperar en un Dios misericordioso y fiel”.

La expresión hebrea “misericordia” aparece mas de 350 veces en el Antiguo Testamento, y esa misma expresión hebrea aparece unas 30 veces más en el Nuevo Testamento. El término que mas se asemeja al original es “compasión” pero “misericordia” tiene un significado muy amplio y difícil de definir exactamente. Abarca las nociones de amor, gracia, bondad, y perdón, e incluye el mismo término de fidelidad que tantas veces se menciona junto a misericordia.

Tanto la misericordia como la fidelidad son atributos comunicables de Dios. En otras palabras, son aquellos atributos que, de alguna forma, Dios pone una versión de ellos en nosotros. Lamentablemente, muchas veces, el hecho de que nosotros podamos experimentar en cierta medida estos atributos de Dios hace que no comprendamos realmente como se ven en Dios, o, peor aún, que tendamos a humanizarlos en Dios. Hermanos, aunque la misericordia y la fidelidad en términos humanos sea hermosa, se queda muy corta comparada con la misericordia y fidelidad de nuestro Dios. Las misericordias de Dios no cesan, son continuas. El Señor es una fuente inagotable, fresca, constante, caudalosa y rica de misericordia. Cuando oramos para que Dios tenga misericordia de nosotros, Él responde a nuestra oración, no volviéndose misericordioso, sino abriendo nuestros ojos y mostrándonos que Él es y ha sido misericordioso todo el tiempo.

Ahora, nosotros no merecemos las misericordias de Dios; la menor de las misericordias de Dios sobrepasa por mucho nuestro mérito. Muchas veces aceptamos las misericordias, pero no somos agradecidos. Otras veces abusamos de ellas de forma pecaminosa; pensamos que como Sus misericordias no se acaban, tenemos licencia para pecar. Muchas veces más, ignoramos Sus misericordias o simplemente no las vemos y nos quejamos sin cesar. En nuestra mente la definición de misericordia sería algo como todas aquellas cosas, circunstancias y eventos buenos, siempre buenos, que Dios se ha comprometido a hacer de forma que mi vida sea, desde mi punto de vista, cómoda, buena, próspera y placentera… aquí y ahora. Si no la puedo ver o si no es según mi agenda, no es misericordia.

Recuerda, aunque en un momento de tu vida las misericordias de Dios no parezcan visibles, ellas están ahí. ¡Sus misericordias son nuevas cada mañana! Hermanos, nosotros no tenemos que bajar la cabeza y cerrar los ojos por miedo a que las misericordias de Dios se hayan acabado o que Él nos la haya negado… ¡Podemos vivir confiados en Él!

Ahora, ¿Qué implica para mí saber esto? ¿Cuál es mi parte del pacto? La respuesta está en Lamentaciones 3:24, “Me digo: «El SEÑOR es mi herencia, por lo tanto, ¡esperaré en Él!».” Seguro que cuando Jeremías escribió esto tenía en mente la repartición de la Tierra Prometida entre las tribus de Israel (Deuteronomio 10:9). Cientos de años después, Jeremías parece estar diciendo, “Ya el templo no está… No hay dónde hacer sacrificios al Señor. Nos han quitado nuestro territorio.” Entonces, ¿Qué significa? ¿Estamos de vacaciones? ¡NO! Ahora nos toca a TODOS convertirnos en levitas, vivir confiados en la fidelidad y misericordia de Dios, y velar por el cumplimiento de Sus estatutos. Ahora que no tenemos porción terrenal, ahora más que nunca, ¡El Señor es nuestra porción! 

Entender que el Señor es nuestra porción implica entender que estamos llamados a ser los “levitas” del nuevo pacto, que la porción del Señor es incomparable e inigualable, y que “esperar en Él” significa vivir confiados en Su voluntad. Hermano querido, ¿Leíste como inicia el versículo 24? “El SEÑOR es mi herencia, por lo tanto, ¡esperaré en él!” Predícale a tu alma, tu mente, tus ojos, tus manos, tus oídos, tu lengua, ¡El Señor es TU porción, espera en Él!

El pasaje termina así, “El SEÑOR es bueno con los que dependen de él, con aquellos que lo buscan. Por eso es bueno esperar en silencio la salvación que proviene del SEÑOR.” (v.25-26)

Amigo, hoy tu has escuchado una gran noticia: ¡Dios es misericordioso y fiel! Envió a Su hijo a morir en una cruz como la mayor muestra de amor y fidelidad jamás vista. Cristo es nuestra Roca de la eternidad, en la hendidura de Su costado podemos refugiarnos, en Su sangre podemos lavarnos.

Sin embargo, yo te tengo otra noticia que no es tan buena: aunque las misericordias de Dios nunca se acaban, tu oportunidad para recibirlas sí. Es una decisión que debes hacer en vida para que, en el Día del Juicio, puedas decir como Tóplady: “Cuando vaya a responder en tu augusto tribunal, sé mi escondedero fiel Roca de la eternidad.” No hay otro lugar para esconderse de la justicia de Dios, no hay otro lugar donde refugiarse de Su santidad.

¿A donde corres a refugiarte en medio de tu tormenta? ¿Estás esperando en Él o estás esperando en otra cosa? ¿Estás escondiéndote en la Roca Eterna o tratas de guarecerte detrás de “piedrecitas” o de árboles poco frondosos?

Cuando el Maligno intente llenar tu cabeza de recuerdos y pensamientos acusadores, háblale verdad a tu alma. Busca consuelo en las gran raudal de misericordias de Dios.

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Conoció al Señor en el año 1980. Es parte de la IBI desde el año 2007, donde ha tenido la oportunidad de servir en los ministerios de Consejería Prematrimonial, Grupos Pequeños (GPS), Escuela Bíblica Dominical, Ministerio de Cárceles, Conferencias Por Su Causa, entre otros. Desde el 2010 dirige junto a su esposa, la Escuela Bíblica Dominical y es el director del Ministerio Integridad & Sabiduría desde el año 2017. Reynaldo es licenciado en Publicidad con maestría en Gerencia de Mercadeo y diplomados en Administración Publicitaria y Legislación Publicitaria. Es graduado del Instituto Integridad & Sabiduría y posee una Certificación en Educación Cristiana mención Liderazgo. Casado con Jenny Thompson desde el año 1993 y padre de Celso, Sebastián y Reynaldo Jr.