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Tu vida como testimonio para los incrédulos

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Este domingo, el pastor Miguel Núñez predicó el sermon Tu vida como testimonio para los incrédulos basado en 1 Pedro 2:11-15 & 17.

Nuestra forma de vivir ante los hombres es de vital importancia para la fe cristiana; nuestras vidas deben ser el adorno del Evangelio. La manera como obramos ante el mundo que observa debe hacer el mensaje de la cruz atractivo para los que no creen. Sabemos que el incrédulo vive buscando razones para justificar su incredulidad y es nuestra responsabilidad no darle motivos para dicha justificación. Pedro nos dice en 2 Pedro 3:11, “Puesto que todas estas cosas han de ser destruidas de esta manera, ¡qué clase de personas no deben ser ustedes en santa conducta y en piedad.”

Pedro nos dice que nosotros somos linaje escogido, sacerdocio real y nación santa. Fuimos elegidos en Cristo desde antes de la fundación del mundo. Nosotros no salimos a buscar a Dios, sino que en la libertad y en la sabiduría de Su voluntad soberana, Dios elijió a aquellos que formarían parte de Su pueblo. Dios nos separó y limpio de pecado al perdonarnos y ahora Él espera que nuestras vidas puedan reflejar la santidad de aquel que nos salvó. Somos un pueblo adquirido para posesión de Dios, pagados por la propia sangre de Cristo para sacarnos de la esclavitud del pecado en la que nos encontró.

Gran parte de el resto de lo que Pedro tiene que decirnos en esta carta tiene que ver con la manera como se supone que vivamos nuestra identidad en Cristo en el mundo en que nos encontramos. En el texto de hoy, Pedro tiene una recomendación negativa y una recomendación positiva en cuanto a la manera de vivir frente a los incrédulos.

Pedro nos recuerda que esta tierra no es nuestra residencia y, por tanto, nosotros no debiéramos pensarnos a nosotros mismos como ciudadanos terrenales sino como extranjeros y peregrinos. Luego él pasa a recomendar que el pueblo de Dios “se abstengan de las pasiones carnales que combaten contra el alma.” Si somos nuevas criaturas en Cristo, esa nueva criatura debe asumir un nuevo estilo de vida. Mi alma puede ser redimida, pero hasta que el cuerpo no sea levantado y transformado en gloria, dichos deseos no cesarán. Cuando surjan los deseos pecaminosos, tenemos dos opciones: abstenernos por medio del poder del Espíritu que mora en nosotros o ceder a dichos deseos, deshonrando a Dios y manchando la salvación que Cristo compró para nosotros.

Pedro nos llama a desplegar en la práctica la santidad como evidencia de que realmente somos los que Dios que somos. Para vivir de esa manera, Dios no nos ha dejado solos, sino que nos proveyó Su Espíritu para que por medio de Su poder, podamos vivir Su llamado. La fuerza de voluntad no es suficiente para contener nuestros deseos pecaminosos; vencer los impulsos de la carne requiere el poder del Espíritu de Dios.

La segunda recomendación que nos da Pedro es de practicar la abstención (v.12): “Mantengan entre los gentiles una conducta irreprochable, a fin de que en aquello que les calumnian como malhechores, ellos, por razón de las buenas obras de ustedes, al considerarlas, glorifiquen a Dios en el día de la visitación.” A Diós le importan los incrédulos porque ellos son el propósito de la gran comisión. Ellos llegan a creer por medio la predicación de la palabra, pero frequentemente comienzan a prestar atención a dicha predicación después de ver la manera de vivir de los convertidos.

¿Es tu estilo de vida atractivo para otros?¿Quisieran otros ser como tú?¿Desean otros copiar tu ejemplo?

Cristo nos llama a vivir de una manera tal ante los hombres que los demás puedan ver nuestras obras sin tener que hablar de ellas y así sentirse atraídos hacia el Señor de las obras, hacia Aquel quien realizó ese trabajo en tu vida. Vive tu vida delante del mundo que tu vida ejerza una influencia transformadora en la sociedad donde Dios te ha puesto.   

Sé un José, que vivió una vida de tal integridad que el faraón lo hizo su mano derecha y así preservó la nación de una hambruna de siete años, dando instrucciones de cómo guardar alimento porque esa prueba se acercaba. Sé un Daniel quien, en medio de la corte babilónica pagana, se ganó el afecto del rey hasta el punto que cuando él fue echado al foso de los leones, el rey se turbó y no pudo dormir toda la noche. Sé una Ester, cuyas acciones sirvieron para preservar la vida de toda la nación.